lunes, 3 de diciembre de 2007

Que me devuelvan mi 20%. Por Rocío Romero.

Canto. Canto desde hace muchos años. Ha sido tal mi devoción, que no me he resistido a ningún estilo, y ningún proyecto se ha quedado en el tintero. A tientas he ido indagando por este mundo de tratos y más tratos, un camino que he hecho hacia afuera, pero que al mismo tiempo, evoluciona con un camino que se hace hacia dentro. Curioso, no?. Un paso que avanzas hacia el exterior, otro lo tomas hacia el interior...
He traspasado las noches, ahondando mientras transcurrían las oscuras horas, en un oficio, que pocos consideran oficio. Quizás sea, porque cuando alguien mira a lo alto en el escenario, ¿qué ve?. Ve músicos. O quizás ni eso. Quizás sólo vean una pandilla de adolescentes aporreando una guitarra, quizás vean un estudioso jazzístico haciendo escalas arriba y abajo, diciéndose a sí mismo "qué pesado". Quizás vean a la guapa solista de una orquesta en minifalda o traje largo, pidiéndole un tema mientras está cantando, groseramente, sin respetar ese momento íntimo que uno tiene con su voz, su cuerpo, su mente y su espíritu. Quizás sólo vean el cuarteto de turno que siempre contrata su ayuntamiento y al que sólo van los viejos a escuchar, en un intento de recuperar viejos momentos, sin fijarse en la expresión de aquel muchacho que toca la gralla al fondo, para ganarse unos durillos y acabar su carrera en el conservatorio.

¿Qué demonios ve la gente cuando mira a los músicos? Bien es cierto, que quizás sólo unos pocos afortunados, son capaces de transmitir ese imán irresistible que emociona hasta el más necio. Quizás sólo unos pocos se encuentran en el centro del mundo y se les otorga un escenario y un séquito a su alrededor para que desarrolle todo su potencial, para que la gente pueda vislumbrar en él o ella, el músico e intérprete que encoje corazones.

Pero hablemos de los músicos mercenarios. Aquellos, que amando su oficio, recorren carreteras perdidas, puertos de montaña, autopistas prohibitibas, todo en pos, de no acabar trabajando en una fábrica, o postrándose en una oficina, soñando por el resto de su vida en qué hubiera pasado si no hubiera colgado las baquetas. Aquellos músicos, que andarán siempre en el cuarto puesto al alcance de la vista, que se empachan de ensayos para conseguir la versión exacta del tema del verano, para el disfrute de los más pachangueros, aquellos músicos, que han sido fieles a su instrumentos y a toda una carrera y no sueñan con lentejuelas, ni focos, ni grandes eventos... simplemente... tocar.

Tocar. Tocar. Poca gente sabe, lo mucho que cuesta ser músico mercenario. Un día aquí, otro allá... quizás con suerte, te contrate alguien de moda para su gira ese verano... Leer el artículo completo